La batalla de los chips: EE.UU. y China compiten por el corazón de la tecnología global
En el tablero de la economía mundial, los semiconductores se han convertido en piezas centrales. No solo sostienen la vida digital cotidiana —desde los teléfonos móviles hasta la medicina o la aviación—, sino que además son el escenario de una disputa estratégica entre Estados Unidos y China. Una disputa que no es únicamente tecnológica, sino también de seguridad nacional y de poder internacional.
Los chips, también llamados circuitos integrados, son los “cerebros” de casi todos los dispositivos modernos. Su capacidad para procesar y almacenar datos los hace indispensables, y por eso su industria está en auge: se espera que alcance un valor de un billón de dólares hacia el final de la década, según la consultora International Business Strategies. Es un sector que enlaza con cientos de industrias y que, por su complejidad y coste, solo unos pocos países dominan de verdad.
Estados Unidos parte con una ventaja histórica: posee a Intel y NVIDIA, dos gigantes del sector, y mantiene bajo su influencia a los fabricantes más avanzados, Taiwán y Corea del Sur, responsables de gran parte de la producción global. Para Washington, asegurar este dominio es un asunto de seguridad nacional, por lo que en los últimos años ha impuesto restricciones de exportación a China, con el objetivo de frenar su desarrollo tecnológico y mantener la delantera.
En el otro lado, China necesita chips más que nadie. Es el mayor mercado mundial de estos componentes y ha invertido miles de millones de dólares en compañías como Huawei, SMIC o Cambricon Technologies para reducir su dependencia. El problema es que todavía enfrenta un retraso tecnológico: le cuesta fabricar algunos chips —como los de 5 nanómetros— en cantidades suficientes para su industria y para aplicaciones críticas como la inteligencia artificial.
El reto es enorme. La producción de semiconductores requiere inversiones superiores a los 20.000 millones de dólares y años antes de que un proyecto sea rentable. Solo unas pocas empresas en el mundo logran mantenerse a flote. Aun así, Pekín ha apostado fuerte: financia fábricas, impulsa la investigación en procesadores cuánticos y aprovecha ventajas como la mano de obra y el control de tierras raras, recursos fundamentales de los que produce alrededor del 60% a nivel mundial.
Washington, consciente de esa carrera, ha buscado alianzas estratégicas y nuevas inversiones en su territorio. Un ejemplo es TSMC, la taiwanesa que produce chips para Apple y NVIDIA, y que planea invertir 165.000 millones de dólares en Estados Unidos. Con esto, se intenta reducir la dependencia de Taiwán, una isla cuya situación geopolítica es complicada frente a las tensiones con China.
Pero aunque Estados Unidos impone barreras, las restricciones pueden estar teniendo un efecto inesperado. Al limitar la exportación de semiconductores avanzados, empuja a China a acelerar sus esfuerzos internos. Empresas como Huawei ya producen chips para inteligencia artificial, estimados en unas 200.000 unidades avanzadas, una cifra modesta comparada con NVIDIA —que fabrica cinco veces más—, pero significativa como muestra del progreso.
El futuro, sin embargo, no está asegurado para ninguno de los dos lados. Estados Unidos sigue marcando el ritmo de la innovación, pero depende de socios externos en Asia para la fabricación. China, por su parte, avanza con velocidad y apoyo estatal, aunque todavía no logra alcanzar los niveles de sofisticación necesarios. Es una carrera de resistencia, no de velocidad.
En conclusión, lo que está en juego va mucho más allá de una industria. El control de los chips significa controlar la economía digital del futuro, las defensas nacionales y la capacidad de liderar en inteligencia artificial. Por eso, la competencia entre Washington y Pekín no se limita a fábricas o laboratorios: es, en esencia, una batalla por el nuevo orden mundial.
Fuente: Gulf News



