¿Qué efecto tendrá la IA en la democracia?
La irrupción de la inteligencia artificial en el ámbito político plantea una pregunta tan relevante como inquietante: ¿será esta tecnología un refuerzo para la democracia o su gran amenaza? Según los especialistas Bruce Schneier y Nathan E. Sanders, la clave está en cómo integremos la IA dentro de los sistemas democráticos: de ello dependerá que se convierta en una herramienta de fortalecimiento o de opresión.
En primer lugar, los autores señalan que el impacto global de la IA en la democracia ya es “profundo”. En apenas unos años, desde la aparición de modelos como ChatGPT, se han documentado casos que van desde partidos políticos que promovieron programas o plataformas generadas por IA en Corea del Sur, hasta jueces federales que emplearon IA para interpretar leyes en Estados Unidos. Este tipo de usos demuestran que la tecnología ya está presente en la gobernanza, la legislación y la administración de los países, aunque sea en casos aislados.
Sin embargo, advierten que los primeros lugares en los que la IA se desplegará son los que cuentan con menor supervisión pública, lo que abre una vía para usos indebidos. La ausencia de una vigilancia robusta en estos espacios puede favorecer su uso sin contrapesos: la regulación corre por detrás de su adopción.
Un tercer punto clave es que, aunque muchas veces se apunte al mundo autoritario como el único escenario de riesgo, en realidad las élites y los sistemas democráticos también pueden usar la IA para concentrar poder. Schneier y Sanders muestran que automatizar funciones gubernamentales y cambiar los “parámetros” de los modelos empleados, puede permitir a quienes están “arriba” ejercer un control más directo sobre la maquinaria estatal.
No obstante, el panorama no es enteramente sombrío: existe una alternativa. La IA también puede servir como catalizador de poder para “los de abajo”. Los autores recogen ejemplos donde candidatos locales u organizaciones han usado IA para nivelar el campo de juego frente a estructuras tradicionales bien financiadas. Esto abre una puerta a una democratización tecnológica que antes parecía imposible.
Finalmente, el mensaje central es que el impacto real de la IA en la democracia dependerá de nosotros. No existe una fatalidad tecnológica: lo que importa es quién controla la IA, bajo qué reglas y con qué fines. Los autores proponen cuatro acciones: reformar el ecosistema tecnológico para que sea más confiable; resistir usos inapropiados de IA en política y administración; utilizar la IA de forma responsable donde aporte a la ciudadanía; y renovar los sistemas de gobierno vulnerables frente a la IA.



